INVIERNO (ASIGNATURA PENDIENTE)
He de admitir que empecé a ser cómplice del invierno, cuando comprendí que él también se había enamorado de ti.
Era consciente, al igual que yo, de que sus días no necesitaban más luz que la que desprendían tus ojos.
Le encantaba ver como lo observabas por la ventana en las noches de lluvia y a mí, como te girabas a sonreírme mientras él rugía.
Nos exponía a temperaturas bajo cero cuando intuía que existía algún problema. Así, conseguía que la distancia no nos alejara, que resolviéramos nuestras diferencias entre susurros por la cercanía de nuestros cuerpos al intentar zafarse de la helada.
Como condición, solo el requisito indispensable de escribir nuestros nombres sobre cada cristal empañado y con ello, dejarle vislumbrar lo que ocurría dentro de la habitación en la que nos encontrábamos.
A ambos nos reconfortaba que no expresaras tus años en primaveras, que puestos a elegir, siempre anhelaras saltar sobre los charcos hasta quedar empapada, para luego, dejarte desnudar por mis manos, acariciar por su viento, para entrar en calor mientras mis labios recorrían tu ser.
Solía agujerear sus nubes con rayos de sol cada vez que sonreías, le resultaba inevitable no alumbrar el espacio por el que discurrías, ratificaba de esta forma, que no siempre fui un loco al creerte única. Él también lo creía.
Aún sigo siendo fiel a esa complicidad generada cuando todavía despertabas conmigo,
cuando me encantaba descubrir tu mirada observando en la misma dirección que la mía, cuando gritábamos nuestros te quieros en sus tardes oscuras, cuando combatíamos con besos cada vez que nos asaltaban las dudas.
Explicarle que ya no estás, que te has ido, sigue sin resultar tarea fácil para mí y él, vuelve sus días más oscuros en cada intento.
Encontrarle sentido a un invierno en tu ausencia, siempre será mi asignatura pendiente, de esas que preparas con todas tus fuerzas y con la que te reencuentras cada diciembre.
Y ahora que llega, en mí, solo llueve.
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