TÚ Y YO, A UN CASUAL ENCUENTRO DE DISTANCIA.

Tenías que encontrarme.
Esta vez, al fin, saber donde mirar y descubrir
que se acabaron los refugios,
que todos los agujeros me conducen hacía la superficie donde de nuevo quedo expuesto,
 donde es fácil calibrar sin la necesidad de formular preguntas, donde
danzan los recuerdos ante nosotros para ser evaluados
y reducirlos a cenizas, una vez más.
Somos la estructura en ruinas en la que se integraban todos nuestros sueños,
la probabilidad de reencontrarnos cuando lo que faltan son las ganas,
la cordialidad a la que hemos reducido nuestros besos,
el corazón depositado en otras manos,
tú y yo, a un casual encuentro de distancia.
Somos esas voces temblorosas que simbolizan los errores cometidos,
(aún cuesta fingir normalidad a pesar del paso de los años),
esa sombra que nos persigue cada noche y que por mucho
que nos empeñemos en mirar al frente, siempre nos acompañará detrás.
Somos café de invierno con la mirada perdida mientras llueve,
las razones que nos separan mientras el tren avanza hacía tu destino,
el primer pensamiento cuando todo se tuerce,
la negación frente a echarnos de menos.
Aún así, nos sobran fuerzas para sonreír cuando hablamos de presente,
para referir vanalidades en sentido figurado,
para malgastar una tarde de domingo sacando brillo y 
limpiando el polvo de lo que creíamos olvidado.
Somos el remedio infalible frente a todas las heridas,
porque ninguna de ellas duele si provienen de otras entes,
 censores improvisados para nuestra segunda parte,
la magnitud de un sentimiento, a veces evidente.
Somos soberbia cuando de olvidarnos se trata,
cuando protegemos nuestro estado vulnerable,
cuando suplicamos a base de reproches irnos de una vez
o quedarnos para siempre.
Somos daño sin sentido,
ganas de abrazarnos,
nervios si nos vemos,
nada si nos vamos.







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